HUELLA AMBIENTAL
Comúnmente, oímos hablar de la conocida como “huella de carbono”. Como es sabido, este concepto supone una métrica que calcula la totalidad de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) generados por un individuo, una actividad, un producto o una organización medido en CO2 equivalente.
Se trata de una unidad de medida popularizada y más “familiar” en nuestro día a día sobre todo por ser un método de cálculo que nos permite cuantificar el impacto del calentamiento global (al contribuir a ello la emisión de GEI) y la posible adopción de medidas paliativas.
Sin embargo, este análisis supone una visión “limitada” del impacto que la actividad del ser humano tiene en el planeta. Nuestro día a día genera otros impactos ambientales que afectan a nuestro entorno y que van más allá de las emisiones de GEI.
De ahí que cada vez sea más evidente la necesidad de adoptar un prisma más amplio a la hora de analizar los diferentes impactos en nuestro entorno como la llamada “huella ambiental”.
Este indicador se basa en un estudio “multi-criterio” que, a través del cálculo de diferentes categorías de impacto, permiten conocer el comportamiento ambiental y así tomar acciones que permitan reducirla. Gracias a esta visión 360º de la actividad de cada uno, se logra identificar el comportamiento ambiental que esta supone, pudiendo así tener un mayor conocimiento de cara a tomar acciones que permitan reducir la huella ambiental.
Durante este 2023, se espera que cada vez más este concepto gane arraigo no solo ya entre las empresas, sino que, en los propios individuos, como forma de comprender y tener en cuenta cómo nuestra actividad diaria tiene (en mayor o menor medida) un impacto en nuestro mundo.
ANÁLISIS DE CICLO DE VIDA O “LCA”
Hilándolo con la huella ambiental, como comentábamos, cada vez más empresas y entidades están implementando métodos de cálculo que miden el impacto total que producen sus productos o servicios en el medio ambiente.
De ahí que cada vez más organizaciones estén interiorizando y desarrollando enfoques basados en metodologías de Análisis de Ciclo de Vida o “LCA” (Life Cycle Analysis por sus siglas en inglés).
Este tipo de estudios permiten identificar, evaluar y cuantificar de forma iterativa el impacto que produce en el medio ambiente un producto, proceso, servicio u organización a lo largo de su ciclo de vida. De ahí que sea una herramienta cada vez más valorada e implementada por parte de los diferentes agentes que operan en la industria de la energía (o en otras).
A través de esta metodología, se es capaz de conocer de forma transversal el impacto ambientalque produce una actividad: desde la obtención de materias primas para la fabricación de un producto hasta el fin de su vida, pasando por otras actividades cómo el transporte, el propio proceso productivo o la distribución y puesta en mercado del producto o servicio, así como su fin de vida.
Debido a su potencial y la capacidad de entendimiento que ofrece esta metodología en relación a la actividad analizada, se considera cada vez más una herramienta de toma de decisión estratégica para las empresas ya que permite identificar los aspectos críticos que deben ser modificados desde un punto de vista ambiental. Además, tal es la capilaridad que ofrecen este tipo de análisis que incluso puede ayudar desde otras perspectivas gracias al conocimiento generado (como por ejemplo, reducir costes a partir de los inputs observados en torno al proceso productivo).
Por todo ello, se espera que estos enfoques adopten cada vez un mayor peso a lo largo de este año entre las empresas. Sobre todo, gracias a su atractivo tanto en términos industriales como empresariales. Al fin y al cabo, los resultados de este tipo de análisis permiten identificar oportunidades de mejora, aportar información estratégica para la toma de decisiones y establecer planes de acción a la hora de diseñar (o rediseñar) un producto o servicio. Todo ello con la consecuente ventaja competitiva que supone desde un prisma de negocio.
DESIGN THINKING
Como comentábamos anteriormente, las metodologías LCA permiten entre otras cosas fomentar el diseño o rediseño de productos de una forma más sostenible. De ahí que puedan ser pieza clave como input para los posteriores procesos de definición de un producto y nuevos métodos como el conocido como “Design Thinking”.
Este enfoque plantea un alcance que va más allá del diseño tradicional: a través de él, no se busca solo crear un bien o servicio “práctico” para el usuario final, sino que también se tiene en cuenta a través del mismo otros factores como el económico, el social o el medioambiental.
Todo ello gracias a ser un proceso que facilita la producción de ideas innovadoras que den respuesta a las necesidades existentes, basándose para ello en la creatividad y la innovación como pilares.
A pesar de ser un concepto nacido en 1969 y asociado en sus inicios sobre todo al mundo del consumo, cada vez más voces han destacado su potencial como medio para desarrollar productos y servicios más sostenibles desde la etapa de definición e investigación. Esto se debe al “marco” de trabajo y evaluación que propone esta metodología, que se basa en tres grandes criterios: la viabilidad de las técnicas y métodos de producción, la factibilidad económica asociada y la deseabilidad de los consumidores finales.
Este esquema de trabajo permite, si se desea, considerar todos aquellos aspectos clave que en términos medioambientales se deben de tener en cuenta en relaciones a los principales stakeholders de una empresa u organización para alcanzar el éxito en los tres criterios mencionados anteriormente. De ahí que cada vez sea un método más valorado por parte de las organizaciones de cara a definir sus productos, servicios o actividades.