Aproximadamente, el 90% de la energía consumida hoy en día en el mundo implica la generación o el empleo de calor en sus procesos (como por ejemplo, en el sector residencial, la industria o, incluso, el de la alimentación). Esto supone un alto impacto en términos mediambientales, que además se ve agravado por el hecho que, hasta hoy, pocas empresas y entidades han apostado por tecnologías y soluciones que les permitieran reutilizar esta energía térmica generada (con el correspondiente impacto tanto ecológico como económico), desechandola en muchos casos. De ahí que, con el fin de mitigar el cambio climático y lograr una mayor eficiencia y optimización en procesos y costes, la investigación y desarrollo en avances tecnológicos sobre la forma en que almacenamos, convertimos y transmitimos la energía térmica sea también una punta de lanza para la revolución energética del mañana. Sobre todo, si tenemos en cuenta la variedad de usos y aplicaciones en las que estas soluciones pueden contribuir a los objetivos de descarbonización.
El almacenamiento térmico como solución de bajo coste
Si bien las energías renovables son la fuente de electricidad más económica hasta la fecha, su intermitencia y el desfase entre la producción y la demanda de energía hace que requiera de una solución de almacenamiento. Actualmente, existen alternativas y líneas tecnológicas efectivas, como por ejemplo, las centrales hidroeléctricas o las baterías. Lo que ocurre es que ambas presentan ciertas limitaciones para lograr la expansión completa de las energías renovables: en el primer caso, la gran infraestructura y numero de recursos asociados a las centrales hidroeléctricas hace difícil una proliferación de este tipo de soluciones; en el segundo caso, la alta demanda de almacenamiento que se espera superará con creces la capacidad esperada de tecnologías de almacenamiento electroquímico, por lo que será necesario complementar a las baterías con otro tipo de alternativas tecnológicas para poder cumplir con los objetivos de descarbonización total con los que se ha comprometido Europa para los próximos años.
En este contexto, surge el potencial del almacenamiento de energía térmica. Una de las grandes ventajas de este tipo de sistemas es su capacidad de almacenar grandes cantidades de energía, en operaciones intra-día a un relativo bajo coste. De ahí por ejemplo su uso en la generación de energía solar a través de plantas de concentración solar (CSP), las cuales se espera que puedan llegar a suministrar el 6% de la demanda de electricidad de todo el mundo para el año 2030 y alcanzar incluso el 12% en 2050.
Pero más allá de este uso, el almacenamiento de energía térmica presenta un gran potencial para aplicaciones y sectores donde este tipo de soluciones pueden contribuir a mejorar la eficiencia energética, como en grandes procesos industriales o en nuestro día a día en viviendas o edificios.