Uno de los mejores ejemplos de ello es la industria manufacturera asociada a la fabricación de electrolizadores, que son los dispositivos clave para lograr la producción de hidrógeno a partir de la conocida como electrólisis.
Este proceso químico permite separar las moléculas de hidrógeno y oxígeno de las que se compone el agua a través de electricidad renovable (o, al menos, sin emisiones de carbono). Gracias a ello, se logra el llamado “hidrógeno verde”, la única tipología de H2 en cuyo proceso productivo no se emite CO2 a la atmosfera.
Debido a sus características y la criticidad que supone para desarrollar una industria “verde” del hidrógeno, la fabricación de electrolizadores cada vez está copando mayor protagonismo. Ya no sólo porque de sus avances tecnológicos dependerá el despliegue posterior de las aplicaciones basadas en H2, sino que también porque los diferentes países y regiones del mundo están buscando dominar esta etapa de la cadena de valor del hidrógeno para asegurarse su suministro e independencia futura en términos energéticos.
Para muestra de ello está Europa, que al igual que con otros ejemplos como el de las baterías, está trabajando firmemente en desarrollar su propia red industrial en torno al hidrógeno.
No en vano, según estimaciones de la Clean Hydrogen Partnership (principal iniciativa público-privada comunitaria asociada a la industria del H2), se espera que para el año 2050 la demanda de hidrógeno en el continente pueda superar los 2.250 TWh en un escenario “ambicioso”, en el que el continente haya sido capaz de impulsar las diferentes etapas de la cadena de valor del hidrógeno en su territorio; incluida la capacidad de producirlo.